Anotaciones sobre la inseguridad inducida:

Una buena forma de empezar esta columna es recurriendo a un interesante “juego de palabras” de Camilo Blajaquis. Allá por septiembre de 2009 Camilo recuperó su libertad civil aunque, como le gusta decir, la poesía y la lectura lo liberaron mucho antes; trocando su “destino” de “pibe chorro”, y ocasional candidato a las certeras balas del gatillo fácil, por el de un rebelde escritor y poeta.

Diferencias invisibles.
La realidad es que estoy preso, en una cárcel.
Lo real es que soy libre demasiado libre.
La realidad dice que hay inseguridad
Lo real grita que la violencia es consecuencia de la exclusión, de la marginación, de mentir.
La realidad es que nos quejamos de que todo es una mierda.
Lo real es que somos la especie más fácil de domar.
La realidad vive sometida a cirugías plásticas.
Lo real es eso que no puede ocultar ningún maquillaje.
La realidad puede comprarse... o venderse.
Lo real no tiene precio vive en un mundo donde el dinero no vale.
La realidad tiene un Dios, tiene leyes, trabajo y vacaciones.
Lo real quisiera rebelarse pero la realidad lo metería preso.
La realidad tiene responsabilidades, horarios y un estado.
Lo real tiene un corazón, sentimientos y manos que dibujan.
Camilo Blajaquis.


De las múltiples herramientas de control con las que se intenta regular nuestras conductas existen algunas que sutilmente nos entregan una realidad adulterada, y de diversas formas inducen a interpretarla conforme a lo que le conviene al poder. Ese es el caso de lo que hoy se entiende como “seguridad”, o como le gusta decir al periodismo “el problema de la inseguridad”. Los grandes diarios dedican sus titulares y extensas páginas a los robos, las muertes, la toma de rehenes. Los noticieros, durantes horas y días que convierten un caso, una muerte o suceso en la innumerable sensación del televidente de que “no se puede salir a la calle”. Esa subjetividad inducida, y funcional, ha provocado que barrios en donde hasta hace algunos años los chicos jugaban libremente en plazas, potreros y calles hoy sean desiertos aburridos... ¡¡¡La calle es peligrosa!!!
Cuando los bancos roban los ahorros, cuando las empresas declaran quiebras que dejan en la calle a miles de trabajadores, cuando los terratenientes esclavizan a pibes y pobres para ahorrarse el pago de sueldos en blanco, cuando la policía y sus aliados manejan el negocio de la prostitución y de la trata de blanca, cuando las grandes empresas llenan sus arcas contaminando suelo, tierra y agua, cuando los diputados votan leyes de impunidad a genocidas, cuando un pibe Wichi se muere desnutrido en el impenetrable chaqueño ahí no se habla de inseguridad. A lo sumo si es muy evidente se aborda el tema como una situación no deseada, como otro “exceso” – excusa remanida pero siempre a la mano para explicar la sinrazón de la desigualdad real cuando se enuncia o consagra, con bombos y platillos, la igualdad de oportunidades -.
Con toda su parafernalia mediática, lentamente nos han convencido de que no se puede vivir sino encerrado en casa. Resultan indispensables las rejas, altos cercos o tapias, y la comodidad del sillón para ver televisión. El espacio público está vedado para las personas, es el lugar en donde “el crimen organizado” despliega sus grandes tentáculos. “Esa organización” está tan aceitada que permite que esta semana se dediquen a robar autos, que en la otra les roben a jubilados indefensos, mientras que el mes próximo se podrán dedicar a los secuestros express. ¡¡¡Esos pibes de gorritas son terribles!!!
Nota: Espero que el lector haya entendido de que lo expuesto en este parágrafo se trata de un sarcasmo que ridiculiza la tesis expuesta en los medios cuando organizan la información que nos entregan.
Al mismo tiempo “nos venden” una solución acorde a sus intereses, para cuidarnos de estos males será necesario llenar las calles con las “fuerzas de seguridad”. Ahí nos encontramos con la policía federal, las provinciales y municipales, pero si eso no alcanza disponemos de la gendarmería y la prefectura. Pero como “la sensación” de inseguridad no se agota, siempre está la posibilidad de recurrir a las policías privadas o agencias de seguridad. En línea con esto las ciudades se hacen inteligentes siempre que se llenen de cámaras para vigilar y “cuidarnos”.
Tal cómo propone María del Carmen Verdú (CORREPI) lo que antes trataba de la “seguridad nacional” - esa que permitió que los milicos torturaran y asesinaran en su nombre – ahora mutó en “seguridad ciudadana”. La excusa es proteger al ciudadano del delito que pone en riesgo su vida, que limita su libertad individual y que amenaza su propiedad privada. Hay que cuidar esas libertades a las que todo ciudadano tiene derecho, y ahí en ese lugar se justifica la mano dura de quien tiene la facilidad de gatillar. Así es que, en nombre de la seguridad ciudadana se declara la guerra al delito, y en esa guerra del otro lado de la trinchera están los malos. Personificados en los delincuentes que casi siempre son los pobres, los marginales; y si además son pibes más peligrosos todavía.
Siguiendo con aquella comparación con el Proceso de Reorganización Nacional, en aquella década de los setenta primero se instaló la necesidad de “garantizar la seguridad nacional” para luego hacer indispensable la intervención militar en la lucha contra la subversión. Al plan sistemático de exterminio que tenía como sus principales armas al secuestro y tortura lo caracterizaron como solo excesos propios de “la guerra al terrorismo marxista”. Así como ahora – en los tiempos de cuidar al ciudadano – también hablan de excesos al momento de explicar los casi 300 casos de gatillo fácil o muertes que año tras año se cargan las distintas policías.
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Me gustaría contarles la historia de Juan Emanuel Aguirre, que con 25 años ya era padre de Joel (8 años), Sol (7 años) y Matías (3 años). Vivían en Las Praderas un barrio humilde de las afueras de Campana, y sobrevivían con lo que pudieran producir con un precario horno para fabricar ladrillos comunes.
Resulta que la mañana del 17 de mayo cuando un patrullero se acercó a “pedirles” la “donación” de 500 ladrillos Juane se negó. A los pocos días, y con motivos más que dudosos, se lo llevan detenido – Una pregunta que surge ¿No fue un escarmiento por aquella negativa? -. Así fue como, el último en verlo con vida fue uno de sus sobrinos cuando lo visitó en la comisaría; le habían dicho que, era cuestión de horas, en breve iba a salir en libertad.
Según el parte policial, ese 21 de mayo a la tarde, Juan Emanuel se ahorcó con su propia remera, en una celda en donde, de las muchas variantes para suicidio, el ahorcarse es la más complicada porque prácticamente no hay donde colgarse. Pero para completar el panorama Tete, el hermano mayor de Juane, descubrió que el cuerpo tenía múltiples hematomas y golpes, e incluso un hombro dislocado.
Hoy, a casi diez meses, la única explicación que han recibido los familiares es la asombrosa hipótesis del fiscal de la causa; “los hematomas se justifican porque cuando lo trasladaron para realizarle la autopsia lo golpearon en la ambulancia”. La justicia, esa a la que los pobres como la familia Aguirre nunca acceden, muestra una vez más que la violencia institucional – Gatillo Fácil (¿?) - tiene dos patas ejecutores y cómplices.
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Finalmente, para cerrar estas anotaciones, quisiera plantear que no se trata de excesos, ni de locuras de un grupo al que se le va la mano. Ellos – militares antes y policías ahora - son funcionales al poder de turno, son precisamente su herramienta de control y represión. En ese lugar es que encontramos la razón de su existencia, su tarea es la que permite controlar a lo pibes pobres, disciplinarlos, y cuando la protesta social se hace peligrosa - porque objeta los privilegios y la obscenidad de las riquezas de los poderosos – será cuestión de reprimirla con toda la fuerza. Ahí siempre perennes en nuestra memoria deben estar Darío y Maxi muertos por el gobierno de Duhalde, Teresa Rodríguez y Víctor Choque asesinados durante el Menemato, Roberto López de la comunidad QOM de La Primavera asesinado hace un año – durante el gobierno kirchnerista que no reprime (¿?) - cuando intentaba defender su tierra, y los 39 muertos que dejó la enorme rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Un muy interesante artículo sobre las cárceles...
http://www.agenciawalsh.org/aw/index.php?option=com_content&view=article&id=8178&Itemid=114
Abrazos
Osbaldo Potente ha dicho que…
Este articulo debe abrir un debate. HAY INSEGURIDADES QUE NO SON VERSO, NO ESTAN SUPERACTUADAS, NI SE LAS DICE, PERO EXSTEN, SE SUFREN.
Cesar ha dicho que…
Eso mismo es lo que busco interpelar con el artículo. Es un breve intento por ir hacia la génesis de la inseguridad real. La que se sufre diariamente, y de la que el relato "hegemónico" casi no habla porque en muchos casos le resulta funcional.
Abrazos fraternales.
César, un Zombi Campanense
Osbaldo Potente ha dicho que…
Exacto!!! Hoy todos hablan de Echecopart, pero aqui de Juan Emanuel Aguirre. Uffff toda una conclusión.

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