Las pestes son de nosotros la sojita es ajena

El domingo amaneció espléndido, muy típico por ahora del otoño cordobés, límpido, muy iluminado y con un aire que si se movía lejos estaba de constituir siquiera una leve brisa.
Así que pensé que seria esta una inmejorable excusa climática para buscar un buen lugar a la orilla del Ctalamochita, en lo que otrora fuera el orgulloso balneario de Río Tercero.
Aclarar que ese ritual entre nosotros lleva implícito comerse un buen asadito, es una información hiperredundante, pero este escrito queda inscripto en la memoria de internet y puede ser leído por alguién que no conozca de nuestras revitalizantes costumbres plebeyas.
Ese asadito imprescindible es en realidad, inflación mediante, una falda de 12 pesos el kilo, que sabemos, cuando más cara es la costilla o el vacio, más sabrosa parece.
Cuando el sol estaba en la mitad de su trayectoria y sin que las condiciones del día empeoren en lo más mínimo, nos propusimos buscar, y encontramos con un poco de esfuerzo, una aceptable sombrita.
Resalto eso de que fue hecho con un poco de esfuerzo, ya que si bien los calores amainaron y en otoño el río deja de ser el el espacio público más central de la ciudad, encontrar una buena sombra es sumamente dificultoso ya que aunque haya muchos árboles estos son muy viejitos y estan casi todos enfermos, de manera que el reguardo de los rayos del sol esta muy disminuido. La naturaleza todo no lo puede.
En familia y después de desplegar todos los utensilios necesarios para un buen “día de campo”, como llaman a esta práctica los escitores muy urbanizados, la alegría nos brotaba por los poros, con solo imaginarnos que en no más de media hora, ya que la falda es super rápida de asar, ya estaríamos masticandola. Aunque dicho corte vacuno de bajo precio, in situ se desvelará cómo muy poco plástico.
Si bien como asador sabia ese más que posible riesgo de la dureza de la carne, pensé que no había que hacerle asco a la abundante grasa que coronaban las pocas fibras rojizas y las puntas de las costillas. Y, si lo doraba bastante, todo el bocado ganaría en sabrosura – se me hace agua la boca aún en este momento muy posterior de la escritura.
Mientras tanto sin saber por qué, una familia de papá y mamá muy jóvenes que habían arribado al lugar en un dunita viejo bastante después que nosotros, de repente levantaron todo y se fueron. Si bien no supe explicarme en ese momento la lógica de tan curioso comportamiento, despues lo entendí todo.
Antes de traer la carne me serví un vaso del vino barato que llevamos, le puse unos cubitos y lo dejé en un reposo momentaneo hasta que bajara su temperatura y partí para el asador munido con repasador para no quemarme, tenedor y bandeja.
¡Qué dominio!, debe ser este lapso de mi existencia, cuando me dispongo a traer la carne asada, el único, en que todas las miradas y atenciones se centran en mí.
Mientras todo eso ocurría, la flaca, en esa división de tareas que tantos nos conviene a los “varones” puso la mesa y entre todos esos artefactos necesarios estaba el pan.
Percibí mientras me sentaba con la bandeja llena de la apetecible comida, que la cantidad de insectos revolotenado iban aumentando y se tornaban inaguantables. Pero de acuerdo a mi glotona naturaleza, mientras estaba por protestar, le metí un sorbo al tintillo y en el trago saboree a la vez el líquido al que se le sumó de forma sorprendente unos sólidos en proporciones iguales causándome alarma el no saber que carajo estaba tragando.
En el momento que bajo el vaso para mirar, veo el pan como lleno de manchas negras, eran miles de bichitos que brotaban hasta desde sus entrañas, pululaban por el mantel y aunque, no sé si por miedo, a la carne ni se acercaban.
No entendiendo qué pasaba, sacudo el felipe para ventar tan incómoda visita a la hora de comer, en sincronía, mientras trataba de no perder tiempo, dedicaba mi dentadura a luchar contra un bocado de dura falda, tarea no del todo ingrata por que los jugos salivales extraian ese néctar tan rico que premia tan encomiable tarea de entrarle a la carne dura pero bien asada.
Como no lograba ablandar mi presa ni con los molares, y porque los bichos exigían toda mi atención, el fastidio obnubiló mi conducta y empecé a putear como un loco cuando pretendí tomar un trago de vino que hervia de bichitos.
Estos molestos visitantes rodeaban el vaso, entraban, salían y flotaban, se bañaban impúdicos en el preciado brebaje, apetencia esta herencia principal de aquel viejo laburante vencido que fue en vida mi padre.
Ya preso de una bronca suprema agarré el vaso y lo tiré con mucha fuerza y poca cordura, al muy crecido pasto.
Ante semejante despiole, se acercó un conciudadano que estaba en el asador de al lado y me dijo:
- ¿Loco? ¿no sabias que no se puede más comer asado en el río?
Lo miré de reojo y con un poco de verguenza, y gratitud por su explicación le conteste un poco más calmo.
- No... No se nada. ¿Por qué?
- ¡Bha!, asado se puede comer, pero si lo comés, tenés que hacerlo solo porque ni el vino ni el pan se puede traer aquí.
- ¡Qué!!!
Insití. Y el tipo explicó
- Culpa de los gringos. Si de los gringos. Ellos con su soja y sus fumigaciones implantaron esta peste y ya no se pude más tomar vino ni comer pan. ... ¡Gringos hijos de puta!.
Empezó a gritar el tipo, que ahora parecía más encolerizado que yo.
A mi me parecía conocerlo, no se si cuando era chico jugue al fútbol contra él, tampoco sé como se llamaba, ni si era de barrio Cabero o Acuña. Lo vi muy morocho a mi compatriota - de la patria del río claro -, me recordé yo tan rubio y que siempre mi apodo en los ambientes barriales era “gringo”, eso me hizo sentir muy incómodo.
Mientras iba ganando lucidez, felicité mentalmente a mi padre por buscar, en una de las tantas expulsiones de campesinos pobres, refugio en la fábrica Militar, y yo poder nacer así hijo de un obrero.
Recién ahí, aliviado y seguro de mi mismo, miré a mi circunstancial amigo, ya liberado para siempre del seudónimo diferencial que siempre me acompañó en mis adoradas incursiones futboleras arrabaleras. Pensé y expeté con toda la voz que pude.
- ¡Si!... ¡Gringos de mierda!.






Nota: Sabrá un biologo que bichos son estos que invadieron Río Tercero, si hace clic en las fotos se agrandan y si los reconoce avise.

Comentarios

Valen ha dicho que…
tal cual, mi casa también está llena de esos bichos y otros más q no solían verse...
Osbaldo Potente ha dicho que…
No sabes.
Quisimos comer un asado en el río y el asco..., mejor no te cuento.
Me da una bronca.

Entradas populares de este blog

¿Río Tercero es una ciudad zombi? La política es una actividad humana

Los DDHH en la Escuela: