Solia alegrar mi vida de joven aburrido de pueblito provinciano la amistad de un mozo que si bien era estudiante como yo , él tenía que trabajar para poder ayudar en su casa. y lo hacía en un criadero de pollos, conocido como "peladero el gringo". El establecimiento era propiedad de un inmigrante italiano, un gringo verdadero, tanto que de sus labios solo brotaba un grotesco cocoliche , un lenguaje que mezclaba de forma aleatoria palabras en español y cualquier dialecto italiano de cada caso. Ese entrevero del lenguaje a nosotros nos daba mucha gracia, la otra virtud de dicho empresario de la alimentación, era su proverbial capacidad de ahorro, por no decir que era un gringo tacaño hasta la exageración. Volviendo a mi amigo, el empleado de ese italiano cobijado por la generosa América, recuerdo que cuando me describió el lugar asqueroso donde trabajaba, ese criadero de pollos, dejé automáticamente de comerlos y no los probé por el resto de mis días, solo cuando tengo mucha ha
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