Un artículo dedicado a todos los empleados de comercio y en especial a los de super, agobiados por partida doble en estas "fiestas"

Nabidad (una colaboración gratuita Martín Caparrós, aunque el no sepa)

La noticia me llamó la atención. O, mejor, el título de la noticia me llamó la atención. Me pasa a menudo: los títulos suelen ser a las noticias como la calentura al fornicio. Éste, en todo caso, decía que “Papá Noel fue prohibido en el Chaco” —y después la noticia era que casi—: que el arzobispo de Resistencia, un señor Fabriciano Sigampa, predicó que había que contarles a los niños la verdad: que los regalos no los trae ese “señor gordo vestido de rojo”. Me sorprendió. Siempre me pareció curioso que, para convencer a nuestros hijos de ser buenos, honestos, sinceros, empecemos por mentirles como perros: que les digamos que si son buenos, honestos, sinceros tres señores barbudos exóticos en sus camellos o un señor barbudo rubicundo en su trineo pasarán por casa para darles su premio. No es fácil, después de esa gran truchada inaugural, creerles algo a los padres; siempre me pregunté cómo hice para conseguirlo y no consigo recordarlo. Ahora, ya grande y melancólico, a veces pienso que no es un error sino un recurso pedagógico para enseñarnos que el mito sobrevive a su cotejo con la realidad: una preparación para la política argentina contemporánea.
Pero, por puro prejuicio, me sorprendió que un arzobispo Fabriciano decidiera arremeter con la verdad. Y más cuando dijo que los chicos debían saber que los regalos “los hacen los padres con su esfuerzo…”, en una reivindicación del trabajo contra la farsa del clientelismo noelístico-mágico. Hasta que terminé de leer la frase: “…con su esfuerzo y la ayuda de Jesús”. Después, el archiobispo se explicaba: “Las cosas están cambiando, y hoy los chicos tienen un concepto erróneo. El otro día le pregunté a uno sobre la Navidad, y me respondió que se da cuenta de cuándo es porque en la heladera hay sidra y pan dulce. No me respondió nada acerca del Niño Jesús”. La sorpresa se había desvanecido: era, en realidad, una pelea entre truchimanes, la queja de los dueños de unos mitos cuando ven que otros mitos pretenden reemplazarlos.
(Igual que hicieron ellos. En realidad, que Papá Noel reemplace a Jesús es un justo castigo. En los primeros años del cristianismo, el 25 de diciembre era la gran celebración de una religión rival, el culto solar de Mitra, que tenía mucho más rating. Hasta que, con el progreso de la verdadera religión, a alguno de sus verdaderos estrategas se le ocurrió decir que su verdadero fundador había nacido ese mismo verdadero día, y empezaron a competir por el dominio de la fecha. La ganaron, y Mitra se volvió una nota al pie en los libros de historia. Ahora, parece, los verdaderos tienen miedo de terminar tomando su propia medicina).
Dos mitos, entonces, se pelean en el Chaco —y en el resto del mundo conocido—. Si hay que elegir, yo prefiero la creencia de Papá Noel a la de Cristo: es una enfermedad puramente infantil y, si bien exacerba el consumo, no ha provocado por el momento guerras ni inquisiciones ni vidas asexuadas ni reyes absolutos. Pero, por ahora, la amenaza no es grave. La Nabidad —el hecho de que todos, ateos, futbolistas, presidentes, archidiáconos y otros comerciantes sigamos celebrando esa fiesta cristiana— es una muestra del triunfo milenario de una ideología. Sigo pensando que “la prueba de la victoria de una idea es que condicione las vidas de los que no creen en ella. Y que si hay algo que triunfó en este mundo, mucho más que cualquier globalización o rocanrol o fútbol par todos o mcdonald’s en flor es la iglesia cristiana y su mitología. La Nabidad es el monumento a ese éxito: el día en todos se lo festejamos y le decimos biba biba.
—¡Feliz nabidad, mi querido!
—¿Usted quiere decir que el recuerdo del nacimiento de un bebé palestino que quizás haya existido aunque seguro que no como lo cuentan me dé satisfacción, bonanza y regocijo? ¿O que me convenza de que toda esa gente que no soporto, mis vecinos mis compañeros de trabajo mis parientes mis clientes los hinchas de sportivo cambaceres los políticos los patrones los banqueros de últimas son buenos y tengo que quererlos? ¿O que me lance a consumir desesperadamente para tener por unos días la ilusión de que yo también soy uno de ésos? ¿O que imagine que a partir de la semana próxima todo cambiará y se abrirá un ciclo distinto en mi vida donde voy a ser otro y todo va a ser distinto brillante inmejorable? ¿O que crea en la importancia de la bondad universal porque si no lo llego a creer me voy a quemar para siempre en las llamas del infierno? ¿O que me haga el boludo y me calle y cante con el coro…?”.
Una cosa sería que los cristianos celebraran su fiesta, como los judíos iom kippur o los musulmanes ramadán o las gashinas que todavía no descienden. Otra, que todos todos todos sigamos su ritual sin siquiera pensarlo. No hay nada más exitoso que una ideología que ya no parece ni siquiera serlo, sino lo normal, lo ¿natural?
Sólo que, de a poco, empiezan a asustarse. El cristianismo viene retrocediendo, cuestionado por sus errores y excesos, incapaz de cambiar con el mundo. No es que, como creíamos hace sólo medio siglo, los dioses agonicen: la religión ha hecho un retorno sorprendente y su vitalidad guerrera obliga a revisar frases hechas. Umberto Eco escribió hace poco que la religión no es el opio sino la cocaína de los pueblos, porque no sirve para adormecerlo sino para excitarlo a rencores y guerras tan idiotas como sólo un dios podría justificar: “Los hombres nunca hacen el mal de forma tan completa y entusiasta como cuando los guía la convicción religiosa”.
Que mueve, en estos días, sobre todo al Islam. El cristianismo sigue potente pero pierde más y más espacio: es probable que su supremacía no dure demasiado. Sus jefes lo saben y se defienden panza arriba, con la fiereza del acorralado. Pero su peligro principal no es Papá Noel, que siempre puede integrarse de algún modo. Mucho más grave para su decadencia será el avance chino contra los imperios occidentales cristianos; con ese movimiento, la primera ideología globalizada terminará de perder su hegemonía. Ése sí que va a ser un cambio cultural interesante; lástima que, para llegar a verlo, habría que tener una vida pendiente en algún otro mundo, o sea: ser cristiano.

Comentarios

Vampiro ha dicho que…
Que buen artículo Osbaldo!! Me encantó! Como siempre tu capacidad para localizar palabras encadenadas a la coherencia es infalible. Y más gracias por la dedicatoria! Como empleado del esclavizante sistema globalista capitalista postmoderno, me siento "perjudicado" por la oleada zombi consumista que, sin obstáculos, le dona a un numerito rojo en el almanaque todo su poderío económico para "demostrar amor". La navidad concluye, las personas no cambian, las ideologías quedan y yo termino de escribir y me voy al supermercado, a trabajar... Feliz nabidad...

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